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da Lecciones cubanas di Luca Tognaccini

 

 

El simpático meteorólogo Armando Lima todas las noches se despide de los televidentes con «Y como siempre, les deseo lo mejor». En fin el tiempo siempre es despejado, si se excluye el breve periodo de los huracanes que en aquel momento estaba lejos. Las líneas de teléfono y electricidad cuelgan de los postes de madera entre las casas a lo largo de las calles y se interrumpen siempre después de una tormenta. Y los niños que corren de un lado a otro, muchos, en calzoncillos bajo el aguacero, que es como ducharse con agua caliente, gritando «¡Agua pura! ¡Agua pura!», van a tomar agua a la embocadura de la tubería, antes que termine en el tonel de madera. Mientras, la gente empapada sigue tranquilamente a pedalear o pasear como si nada. ¡Cuantos niños! A Luca le volvió a la mente un viejo grabado del siglo XVIII de Florencia donde, delante al hospital más antiguo del Mundo, el de Santa María Nuova, la mayor parte de las personas estaban representadas por niños que jugaban. En su tiempo, también los florentinos fueron un pueblo joven y ahora se encontraban siendo la ciudad más anciana de Italia.

Allí, como en el grabado, el círculo empujado por el palo, una vieja rueda de bicicleta sin rayos, era usada para jugar al círculo. Pero el juego más difundido en las calles es la pelota, practicado con cualquier tipo de bate y bolas por niños y muchachos de cualquier edad. Extraña esta relación de odio/amor con el vecino del norte desde donde se ha importado el deporte nacional. Las niñas se cimientan con el hula-hula sin saber que es un producto del capitalismo. Una niña de tez negra, con ojos y pelo negro, se llama Ariana. Una muchacha mulata enseña orgullosamente sus ojos almendrados. Dos amigas sesentonas, gorditas, una blanca y la otra mulata, llevan lycras muy apretadas con color amarillo encendido y verde, de los resaltadores utilizados para estudiar. La señora Imelda se queja, golpeada fuerte en la cabeza con un pescado congelado que le tiraron los vecinos para regalárselo y para que lo cocinara. Detrás de un coche alado por dos caballos carmelitas, cuelga una lamparita alimentada por petróleo. Pasa un ruidoso “Java” checo con dos padres muy jóvenes y atrás dos crías con los cabellos al aire y entre ellos, las orejas ondeantes al viento de un perro que se asoma entre un niño y el otro.

Cuando suena un teléfono fijo, uno  cada seis familias, se oye llamar de una casa a la otra. «¡Juanitaaaa, teléfono!» «¡Raúl, te llaman por teléfono!». No hay ninguna obsesión para dietas. Con la camiseta alada hasta el pecho la gente exhibe, sin vergüenza alguna, gordos y redondos barrigones. Todos los hombres, están armados de una peineta que utilizan a menudo, sacándola de los pantalones. Una viejita, menuda y flaquita, se fuma, toda satisfecha, un enorme tabaco. Un tipo pasea un cerdo con arreo, como fuese un perro. Otro, un anciano, usa una oreja como si fuera un monedero, manteniendo incrustadas tres monedas de un peso. Uno en bicicleta, se hace arrastrar por un caballo, sujetado de su crin. El cochecito se para y el conductor extrae un martillo, dobla la pata del caballo y empieza ajustarle la herradura que estaba zafándose. Un muchacho, con un cordel encontrado en el piso, captura una enorme tarántula negra, juega unos minutos con ella y luego la suelta.